Desde el 18 de julio
hasta mediados de noviembre del año en curso, el Museo de Arte Contemporáneo de
Caracas presenta la exposición Escenarios de Jesús Guerrero (Mérida, Venezuela,
1965). La muestra reúne once piezas de diferentes formatos distribuidas en el
pasillo y el interior de la sala siete de esa institución. La mayoría de las
obras fueron realizadas en 2014 con algunos ejemplos que cierran ciclos de
trabajos anteriores –según lo explica el curador de la muestra, Luis
Velázquez–, como es el caso de Escenario
012-Plano verde, de 2012,
resultado de una decantación progresiva de la serie alusiva al juego de billar
que el artista emprende a partir del rescate de una mesa de billar desechada,
la cual modifica plásticamente; con este procedimiento recrea, desde una
perspectiva actual, las pinturas que sobre este tema ejecutó Georges Braque en
su momento. Inspirado en el legado del pintor francés, exalta los valores de la
tela verde que cubre e identifica este tipo de mesas, tales como el color, la
textura y la trama. De este modo, Guerrero conceptualiza los componentes que
sustrae de la realidad inmediata, pues en dicha obra converge una doble
vertiente: una dimensión histórico-estética que le otorga el referente
artístico, y la intromisión de lugar y tiempo presentes, vinculados a la tela
industrial, ahora llevada al extremo de la austeridad visual.
Jesús Guerrero. Confrontación, 2014. Acrílico sobre tela y zinc galvanizado. 200 x 300 cm. (78 ¾ x 118 pulgadas). Foto: Carlos Germán Rojas.
Atento al devenir de las corrientes que van de lo moderno a lo contemporáneo, este autor reflexiona e investiga en torno al hecho creativo. En este sentido, su propuesta se enmarca dentro de las posturas críticas y revisionistas que caracterizan las tendencias de finales del siglo XX y comienzos del XXI, las cuales pretenden desmontar los discursos hegemónicos, cuestionar la cultura oficial y las nociones tradicionalmente establecidas, asociados a la idea del arte y el rol del artista dentro de la sociedad. En el marco de estas consideraciones, Guerrero replantea los modelos que han sido íconos de los movimientos abstracto-geométricos; reconstruye las formas básicas y primarias que consagraron los lenguajes vanguardistas. Su discurso remite a las obras emblemáticas del arte moderno relacionadas con el neoplasticismo de Piet Mondrian y Theo van Doesburg, el cinetismo de Jesús Soto y el suprematismo de Kasimir Malevich, sólo por nombrar algunos; así lo sugieren las obras New York City (2014), Aprês de Soto (2013) y Confrontación (2014), respectivamente. Sobre este aspecto, declara el pintor: “Repaso los movimientos más importantes de la pintura, en un intento por hacer historia de la historia. Recurro a la abstracción y acabo con lo bidimensional, la ilusión y la perspectiva para aplanar la forma. Es mi manera de presentarlo todo de frente, sin ese virtuosismo que tanto atrae y engaña al ojo humano […]”. Por otra parte, el tratamiento unicolor que aplica en Paisaje amarillo (2013), Contracción de catorce planos amarillos o Contracción de planos amarillos (2014), se inscribe dentro de las búsquedas monocromas exploradas por figuras como Yves Klein, Piero Manzoni, Ad Reinhardt y Robert Ryman, entre muchos otros.
Dentro del recorrido destaca una pieza que merece especial atención, tanto por la monumentalidad de sus dimensiones como por la elocuencia de su contenido; se trata de Catorce planos amarillos (2014). La misma fue diseñada especialmente para abarcar la pared lateral izquierda de la entrada de la sala, sostenida por un marco de 466 x 466 centímetros cuyas tonalidades parecen ampliar la longitud del cuadro; ello la convierte, más que en una pintura, en una suerte de gran instalación que domina el perímetro del recinto. Dadas las cualidades –y calidades– de la obra, a cierta distancia se percibe como un portal o un gran mándala cargado de sugerentes connotaciones místicas, ya que desde el fondo plateado emergen degradaciones, veladuras y trayectorias informales que le confieren un tamiz ambiguo, casi telúrico, que se difumina por todo el formato. Sobre estas irregularidades Guerrero dibuja en acrílico, con precisión matemática, catorce cuadrados amarillos de diferentes tamaños: pequeños, medianos y grandes. El contraste entre los tonos fríos y cálidos genera un choque tenue pero profundo que alcanza lo fantástico, puesto que los cuadrados parecen flotar, inexplicablemente, sobre el zinc galvanizado. Al respecto, señala Luis Velázquez: “Son espacios donde ‘suceden’ una serie de ‘eventos’ plásticos –procesos en los que la geometría se somete a la interpretación libre y a intervenciones que revelan una dualidad antagónica signada por varios sistemas binarios: realidad-abstracción, objetividad-subjetividad, individual-colectivo, local-universal, razón-sentimiento–, y, en esa medida, convocan a la reflexión sobre la crisis de la representatividad que sacude el arte actual […]”. A lo largo de su carrera, Guerrero ha sabido transitar por diferentes alternativas en cuanto al uso de los materiales, la selección de temas y técnicas; de ahí que su obra admite posibilidades discursivas que conllevan pensar sobre las relatividades, las certezas o los dogmatismos en torno a las posturas y prácticas del arte.
GLADYS YUNES YUNES
Con curaduría de Albeley Rodríguez se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo la individual Sobre los pasos de Antígona. Una propuesta de Livia Daza-Paris, una sensible exposición compuesta por instalaciones en las que las evocadoras y poéticas imágenes de proyecciones y videos, junto a fotografías y documentos personales de la artista, se establecían como vehículos de una narración que hilaba los puntos de la memoria para llenar los faltantes de una honda ausencia, la del padre de la artista, Iván Daza, desaparecido durante la lucha armada de los años sesenta en Venezuela.
Esa ausencia, la del cuerpo perdido, es evocada como leitmotiv desde el propio título de la exposición: Antígona, hija de Edipo, decide contrariar el dictamen del rey Creonte y dar sepultura al cuerpo de su hermano Polinices, abandonado en las afueras de Tebas al ser declarado traidor a la patria.
Livia Daza. Antígona, diarios de rituales, 2012-2014. Videoinstalación con proyección sobre tela de registro de rituales. Dimensiones variables. Foto: Livia Daza.
En el caso de Sobre los pasos…, es a través de la obra de arte como la búsqueda por sepultar un cuerpo ausente se erige de modo simbólico en la operación de aunar las referencias históricas de la desaparición de Iván Daza –cartas, recortes de periódico, revisitación de puntos geográficos recorridos por el padre, recreación de espacios físicos habitados en la infancia– a imágenes creadas por la artista desde aquello que, desde su imaginación, se vinculó como relato ficcional para explicar la ausencia.
Partiendo de esta búsqueda, cinco instalaciones concebidas entre 2013 y 2014 componen la muestra. En Los libros de espera, tres libros-objetos en papel suspendidos desde el techo sirven de soporte a las imágenes del mapping en 3D: cartas de la madre explicando a la hija la desaparición de su padre, junto a imágenes de Ligia Daza-Paris reconstruyendo imaginariamente mediante el performance, la danza, aquello que elabora como la representación de la caída de su padre en las montañas de Lara. Una recreación que, como en el resto de las obras de la muestra, busca dar lugar físico a un tiempo suspendido, a la espera de aquello que, ante el desvanecimiento de una presencia, sólo se puede imaginar.
Estas mismas cartas, halladas luego de la muerte de Irma Paris en 1994, son entendidas como documento en la pieza Hombre declarado ni vivo ni muerto. Canto I: manuscritos encapsulados en los que, a manera de diario, Paris narra su amor hacia el esposo desaparecido y las vicisitudes vinculadas a la recuperación de su cuerpo. Junto a los textos, las imágenes de las manos de la artista sobre un escáner, componiendo álbumes póstumos de una historia familiar truncada, a través de la yuxtaposición de retratos de madre e hija junto a fotos del padre.
Contigua a esta instalación se encontraba la pieza Relaciones de hallazgos, en la que, mediante documentos sumergidos en bolsas plásticas con agua, intervenidos con imágenes de fragmentos del cuerpo de Daza-Paris, se construye un registro de aquello que podría imaginarse como un informe del cuerpo hallado, una elaboración poética de un reporte forense.
En las dos últimas instalaciones en sala, las evidencias ligadas a los espacios anclados en las vivencias de la artista y las de su padre detonan la reconstrucción de la historia a través de la recreación física y metafórica del recuerdo.
Por una parte, Un cuento antes de dormir: “Lejos, a la orilla del fin”, la ambientación en tela de un dormitorio –que recrea aquel en el que Irma Paris explicó a su pequeña hija, a modo de cuento, la desaparición de Iván Daza–, y en la que la vaporosidad de los tejidos que envuelven la proyección de audio y video de recortes de periódicos y lugares vinculados a la muerte de Daza parece ser metáfora de la propia fragilidad de la memoria.
Por la otra, Antígona, diario de rituales, una videoproyección que generando una doble imagen –aquella proyectada sobre la tela y aquella traspasada hacia la pared– presenta el recorrido que hiciera Livia Daza-Paris tras los pasos del líder de la Brigada 21 en los parajes de su desaparición. Un recorrido en el que su cuerpo, en búsqueda de aquel cuerpo otro, nunca recuperado, se erigió en conector entre el espacio geográfico y los elementos naturales de sus acciones –el agua, la tierra, el fuego– para desarrollar una serie de rituales junto a personas allegadas y pobladores de la zona, en tributo a la memoria de su padre.
Historia y ficción se intercalan pues indistintamente en las obras de “Sobre los pasos…” para llenar los vacíos, las interrupciones irresueltas de un relato personal que, desde lo particular, es sin más parte de un relato mayor, el de los desaparecidos políticos y el de los cuerpos reclamados y jamás hallados, el de las historias negadas, y oscurecidas desde el poder, que en tantos casos aún aguardan por alcanzar la resolución de su duelo.
CONSTANZA DE ROGATIS
Desde el 18 de julio
hasta mediados de noviembre del año en curso, el Museo de Arte Contemporáneo de
Caracas presenta la exposición Escenarios de Jesús Guerrero (Mérida, Venezuela,
1965). La muestra reúne once piezas de diferentes formatos distribuidas en el
pasillo y el interior de la sala siete de esa institución. La mayoría de las
obras fueron realizadas en 2014 con algunos ejemplos que cierran ciclos de
trabajos anteriores –según lo explica el curador de la muestra, Luis
Velázquez–, como es el caso de Escenario
012-Plano verde, de 2012,
resultado de una decantación progresiva de la serie alusiva al juego de billar
que el artista emprende a partir del rescate de una mesa de billar desechada,
la cual modifica plásticamente; con este procedimiento recrea, desde una
perspectiva actual, las pinturas que sobre este tema ejecutó Georges Braque en
su momento. Inspirado en el legado del pintor francés, exalta los valores de la
tela verde que cubre e identifica este tipo de mesas, tales como el color, la
textura y la trama. De este modo, Guerrero conceptualiza los componentes que
sustrae de la realidad inmediata, pues en dicha obra converge una doble
vertiente: una dimensión histórico-estética que le otorga el referente
artístico, y la intromisión de lugar y tiempo presentes, vinculados a la tela
industrial, ahora llevada al extremo de la austeridad visual.
Jesús Guerrero. Confrontación, 2014. Acrílico sobre tela y zinc galvanizado. 200 x 300 cm. (78 ¾ x 118 pulgadas). Foto: Carlos Germán Rojas.
Atento al devenir de las corrientes que van de lo moderno a lo contemporáneo, este autor reflexiona e investiga en torno al hecho creativo. En este sentido, su propuesta se enmarca dentro de las posturas críticas y revisionistas que caracterizan las tendencias de finales del siglo XX y comienzos del XXI, las cuales pretenden desmontar los discursos hegemónicos, cuestionar la cultura oficial y las nociones tradicionalmente establecidas, asociados a la idea del arte y el rol del artista dentro de la sociedad. En el marco de estas consideraciones, Guerrero replantea los modelos que han sido íconos de los movimientos abstracto-geométricos; reconstruye las formas básicas y primarias que consagraron los lenguajes vanguardistas. Su discurso remite a las obras emblemáticas del arte moderno relacionadas con el neoplasticismo de Piet Mondrian y Theo van Doesburg, el cinetismo de Jesús Soto y el suprematismo de Kasimir Malevich, sólo por nombrar algunos; así lo sugieren las obras New York City (2014), Aprês de Soto (2013) y Confrontación (2014), respectivamente. Sobre este aspecto, declara el pintor: “Repaso los movimientos más importantes de la pintura, en un intento por hacer historia de la historia. Recurro a la abstracción y acabo con lo bidimensional, la ilusión y la perspectiva para aplanar la forma. Es mi manera de presentarlo todo de frente, sin ese virtuosismo que tanto atrae y engaña al ojo humano […]”. Por otra parte, el tratamiento unicolor que aplica en Paisaje amarillo (2013), Contracción de catorce planos amarillos o Contracción de planos amarillos (2014), se inscribe dentro de las búsquedas monocromas exploradas por figuras como Yves Klein, Piero Manzoni, Ad Reinhardt y Robert Ryman, entre muchos otros.
Dentro del recorrido destaca una pieza que merece especial atención, tanto por la monumentalidad de sus dimensiones como por la elocuencia de su contenido; se trata de Catorce planos amarillos (2014). La misma fue diseñada especialmente para abarcar la pared lateral izquierda de la entrada de la sala, sostenida por un marco de 466 x 466 centímetros cuyas tonalidades parecen ampliar la longitud del cuadro; ello la convierte, más que en una pintura, en una suerte de gran instalación que domina el perímetro del recinto. Dadas las cualidades –y calidades– de la obra, a cierta distancia se percibe como un portal o un gran mándala cargado de sugerentes connotaciones místicas, ya que desde el fondo plateado emergen degradaciones, veladuras y trayectorias informales que le confieren un tamiz ambiguo, casi telúrico, que se difumina por todo el formato. Sobre estas irregularidades Guerrero dibuja en acrílico, con precisión matemática, catorce cuadrados amarillos de diferentes tamaños: pequeños, medianos y grandes. El contraste entre los tonos fríos y cálidos genera un choque tenue pero profundo que alcanza lo fantástico, puesto que los cuadrados parecen flotar, inexplicablemente, sobre el zinc galvanizado. Al respecto, señala Luis Velázquez: “Son espacios donde ‘suceden’ una serie de ‘eventos’ plásticos –procesos en los que la geometría se somete a la interpretación libre y a intervenciones que revelan una dualidad antagónica signada por varios sistemas binarios: realidad-abstracción, objetividad-subjetividad, individual-colectivo, local-universal, razón-sentimiento–, y, en esa medida, convocan a la reflexión sobre la crisis de la representatividad que sacude el arte actual […]”. A lo largo de su carrera, Guerrero ha sabido transitar por diferentes alternativas en cuanto al uso de los materiales, la selección de temas y técnicas; de ahí que su obra admite posibilidades discursivas que conllevan pensar sobre las relatividades, las certezas o los dogmatismos en torno a las posturas y prácticas del arte.
GLADYS YUNES YUNES
Con curaduría de Albeley Rodríguez se presentó en el Museo de Arte Contemporáneo la individual Sobre los pasos de Antígona. Una propuesta de Livia Daza-Paris, una sensible exposición compuesta por instalaciones en las que las evocadoras y poéticas imágenes de proyecciones y videos, junto a fotografías y documentos personales de la artista, se establecían como vehículos de una narración que hilaba los puntos de la memoria para llenar los faltantes de una honda ausencia, la del padre de la artista, Iván Daza, desaparecido durante la lucha armada de los años sesenta en Venezuela.
Esa ausencia, la del cuerpo perdido, es evocada como leitmotiv desde el propio título de la exposición: Antígona, hija de Edipo, decide contrariar el dictamen del rey Creonte y dar sepultura al cuerpo de su hermano Polinices, abandonado en las afueras de Tebas al ser declarado traidor a la patria.
Livia Daza. Antígona, diarios de rituales, 2012-2014. Videoinstalación con proyección sobre tela de registro de rituales. Dimensiones variables. Foto: Livia Daza.
En el caso de Sobre los pasos…, es a través de la obra de arte como la búsqueda por sepultar un cuerpo ausente se erige de modo simbólico en la operación de aunar las referencias históricas de la desaparición de Iván Daza –cartas, recortes de periódico, revisitación de puntos geográficos recorridos por el padre, recreación de espacios físicos habitados en la infancia– a imágenes creadas por la artista desde aquello que, desde su imaginación, se vinculó como relato ficcional para explicar la ausencia.
Partiendo de esta búsqueda, cinco instalaciones concebidas entre 2013 y 2014 componen la muestra. En Los libros de espera, tres libros-objetos en papel suspendidos desde el techo sirven de soporte a las imágenes del mapping en 3D: cartas de la madre explicando a la hija la desaparición de su padre, junto a imágenes de Ligia Daza-Paris reconstruyendo imaginariamente mediante el performance, la danza, aquello que elabora como la representación de la caída de su padre en las montañas de Lara. Una recreación que, como en el resto de las obras de la muestra, busca dar lugar físico a un tiempo suspendido, a la espera de aquello que, ante el desvanecimiento de una presencia, sólo se puede imaginar.
Estas mismas cartas, halladas luego de la muerte de Irma Paris en 1994, son entendidas como documento en la pieza Hombre declarado ni vivo ni muerto. Canto I: manuscritos encapsulados en los que, a manera de diario, Paris narra su amor hacia el esposo desaparecido y las vicisitudes vinculadas a la recuperación de su cuerpo. Junto a los textos, las imágenes de las manos de la artista sobre un escáner, componiendo álbumes póstumos de una historia familiar truncada, a través de la yuxtaposición de retratos de madre e hija junto a fotos del padre.
Contigua a esta instalación se encontraba la pieza Relaciones de hallazgos, en la que, mediante documentos sumergidos en bolsas plásticas con agua, intervenidos con imágenes de fragmentos del cuerpo de Daza-Paris, se construye un registro de aquello que podría imaginarse como un informe del cuerpo hallado, una elaboración poética de un reporte forense.
En las dos últimas instalaciones en sala, las evidencias ligadas a los espacios anclados en las vivencias de la artista y las de su padre detonan la reconstrucción de la historia a través de la recreación física y metafórica del recuerdo.
Por una parte, Un cuento antes de dormir: “Lejos, a la orilla del fin”, la ambientación en tela de un dormitorio –que recrea aquel en el que Irma Paris explicó a su pequeña hija, a modo de cuento, la desaparición de Iván Daza–, y en la que la vaporosidad de los tejidos que envuelven la proyección de audio y video de recortes de periódicos y lugares vinculados a la muerte de Daza parece ser metáfora de la propia fragilidad de la memoria.
Por la otra, Antígona, diario de rituales, una videoproyección que generando una doble imagen –aquella proyectada sobre la tela y aquella traspasada hacia la pared– presenta el recorrido que hiciera Livia Daza-Paris tras los pasos del líder de la Brigada 21 en los parajes de su desaparición. Un recorrido en el que su cuerpo, en búsqueda de aquel cuerpo otro, nunca recuperado, se erigió en conector entre el espacio geográfico y los elementos naturales de sus acciones –el agua, la tierra, el fuego– para desarrollar una serie de rituales junto a personas allegadas y pobladores de la zona, en tributo a la memoria de su padre.
Historia y ficción se intercalan pues indistintamente en las obras de “Sobre los pasos…” para llenar los vacíos, las interrupciones irresueltas de un relato personal que, desde lo particular, es sin más parte de un relato mayor, el de los desaparecidos políticos y el de los cuerpos reclamados y jamás hallados, el de las historias negadas, y oscurecidas desde el poder, que en tantos casos aún aguardan por alcanzar la resolución de su duelo.
CONSTANZA DE ROGATIS